-Este chicle -prosiguió el señor Wonka- es mi último, mi más importante, mi más fascinante invento. ¡Es una comida de chicle! ¡Es… es… es… esa pequeña tableta de chicle es una comida entera de tres platos en sí misma!-¿Qué tontería es ésa? -dijo uno de los padres.-¡Mi querido señor! -gritó el señor Wonka-. ¡Cuando yo empiece a vender este chicle en las tiendas todo cambiará! ¡Será el fin de las cocinas! ¡Se acabará el tener que guisar! ¡Ya no habrá que ir al mercado! ¡Ya no habrá que comprar carne, ni verduras, ni todas las demás provisiones! ¡Ya no se necesitarán cuchillos y tenedores para comer! ¡No habrá más platos que lavar! ¡Ni desperdicios! ¡Sólo una pequeña tableta de chicle mágico de Wonka, y eso es todo lo que necesitará para el desayuno, el almuerzo y la cena! ¡Esta tableta de chicle que acabo de hacer contiene sopa de tomate, carne asada y pastel de arándanos, pero puede usted escoger casi todo lo que quiera!
Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl.
Quien no haya leído Charlie no debe conformarse con ver la excelente película de Tim Burton. Leer este libro es un placer para todos los sentidos y desde luego, hay que aprovisionarse bien de chocolate para ir dando un bocadito de vez en cuando y evitar que pongamos las páginas hechas un asco cuando se nos caiga la baba ante la descripción de todas las golosinas de la fábrica Wonka. La edición que yo leí de pequeña está sospechosa y profusamente decorada por huellas de dedos ¡imprescindible la servilleta en la mano que no sostenga la onza de chocolate!
Y quien crea que es demasiado mayor para leerlo está muy equivocado. ¡Nunca se es demasiado mayor para leer un libro sobre chocolate!